El arte es caer de culo y que no te duela

lunes, julio 23, 2007

Más vale ancho que largo.

Los argentinos tenemos esa capacidad de enorgullecernos de varias boludeces. Cuando Elizondo fue árbitro del Mundial de Alemania, todos éramos hinchas del ex botón. Y nos jactamos del excelente nivel de nuestros jueces futbolísticos. Tal vez queríamos ocultar así, nuestra amargura tras haber sido derrotados por el conjunto local. Algo similar ocurrió cuando se dirimía sobre la sucesión del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, el difunto Juan Pablo II. Más que una preocupación de índole religioso, se convirtió en una nueva competencia casi deportiva. Especialmente, cuando un ténue rumor que llegó a millones de personas anunciaba que nuestro candidato (por ser argentino, no por ser católico), monseñor Bergoglio, tenía chances de ser el Maradona de la Iglesia. Pero igual que en el Mundial, perdimos contra Alemania, y en seguida comenzaron a tejerse las teorías complotistas sobre nuestra nueva derrota. No puede ser que otro fuera mejor para esa función, sencillamente tenía que haber algo oscuro detrás. A nuestro Maradona de la oración le habían cortado las piernas, igual que a nuestro Bergoglio del fútbol en el 94.
No podemos evitar sonreir, al menos en nuestros corazones, cuando en alguna serie o película extranjera se refieren de alguna forma a la Argentina. No importa si hablan de compra o venta de órganos en nuestro territorio (como alguna vez se mencionó en Friends), o si Schwarzenegger baila el tango en Mentiras Verdaderas. Todo es válido para que se nos infle el pecho con ese sentimiento de "estamos en todos lados". Como si además eso fuera algo bueno. "Estar" no implica nada positivo. Tampoco nada negativo. No implica nada. Pero igual nos saca una sonrisa.
Esto es admirable en nosotros. Se puede decir que nos enorgullecemos de ser quienes somos. Que nos gusta ser argentinos. Y claro que nos gusta. El tema es por qué. Y tal vez ahí es donde erramos. Donde nos ponemos poco exigentes con nosotros mismos. No es bueno algo o alguien por el solo hecho de ser argentino. Que un argentino consiga alcanzar grandes avances en la lucha contra una enfermedad es digno de admiración popular. Pero que un argentino sea un gran ladrón en el exterior, no merece nunca que nos refiramos a él como: "¡Qué grande!" Esa idiotez es la preocupante. Todos deberíamos preocuparnos por hacer honor a nuestro nombre, y no que nuestro nombre nos honre a nosotros, porque el solo hecho de cargar con un nombre dice en realidad muy poco. Fíjese usted sino en la calle Rivadavia, de la que tanto nos jactamos. Anunciamos hacia todos los rincones que nuestra vista alcance que tenemos la calle más larga. Y no notamos que el único mérito es haberle mantenido el nombre en una gran distancia. No más que eso. En cambio, la 9 de julio sí puede ser digna de admiración, como un logro en la ingeniería y el diseño urbanístico.
La longitud en este caso no dice nada bueno. Es lo mismo que "estar". La anchura (que tan feo suena), sí tiene mérito, puesto que hubo voluntad en lograr un bien. La anchura no es "estar", sino que es trabajar, es logro de un resultado buscado.
En conclusión, los argentinos deberíamos ver más lo ancho que lo largo. Tenemos que dejar de admirar primero y preguntar después. Más vale elogiar primero al que tiene un don, ha alcanzado algo en favor de todos, o su esfuerzo es digno de consideración y luego gritar al mundo que nuevamente este país es semillero de personas capaces, virtuosas, sacrificadas y generosas.
Porque ese es el país en el que yo nací. Y el país por el que voy a hacer todo lo posible para que sea el mejor del mundo.